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marzo 3, 2024
Con el final del invierno, los jóvenes cántabros recorrían las calles de los pueblos en cuadrillas cantando las marzas, una tradición casi perdida que hoy se está logrando recuperar y que aquí podremos conocer más a fondo.

Foto: Ayuntamiento de Soba

Con la llegada del mes de marzo y el advenimiento de la primavera, en Cantabria era tradición que las cuadrillas de mozos salieses a las calles de los pueblos a entonar canciones a una sola voz para celebrar el cambio de estación. Una tradición que, como muchas otras, durante algún tiempo parecía abocada a caer en desuso, pero que, en los últimos años, se ha visto nuevamente impulsada y parece resurgir, especialmente en el entorno rural, donde tiene su origen.

 

Origen

El origen de la tradición de cantar las marzas sigue siendo bastante incierto a día de hoy. Sabemos que la mayoría de los pueblos de la Península Ibérica de la antigüedad se regían por el calendario lunar, en el que el inicio del año daba comienzo en el primer plenilunio de marzo, día en el que se realizaba un ritual para celebrar el nacimiento de la vida, el inicio del año y la finalización del invierno, conocido como Noche de Marzas.

Tras la invasión romana, los antiguos cántabros permanecieron reacios a adoptar las costumbres de los conquistadores, entre ellas, el calendario juliano, establecido años atrás por Julio Cesar y que iniciaba el año el 1 de enero, conservando así su calendario lunar y sus ritos. Posteriormente, con la cristianización de los pueblos cántabros, las autoridades eclesiásticas trataron de asimilar el antiguo rito pagano, trasladándolo al día de Reyes. Es por ello que, a día de hoy, en algunos pueblos de Cantabria sigan conservando la tradición de las llamadas Marzas de Reyes.

Este origen de las marzas es en realidad bastante incierto, ya que se trata de una especulación basada en lo que conocemos de las antiguas costumbres de los pueblos prerromanos del norte de la península. No sería hasta 1847 cuando encontramos la primera referencia escrita de la palabra, la cual fue recogida por Pascual Madoz en su Diccionario geográfico estadístico histórico de España. En 1864 volvería a hacerse referencia a esta celebración, esta vez por José María Pereda en su obra Escenas Montañesas.

Las Panchoneras de Laredo cantando las marzas en 2013.

La tradición de las marzas

El canto de las marzas, tal y como hoy la conocemos, era una escena habitual en los pueblos cántabros cuando llegaba el mes de marzo.

Los encargados de cantarlas eran los grupos marceros (o marzantes), cuadrillas formadas por los jóvenes solteros del pueblo. Según la tradición, el derecho a salir a cantar las marzas era exclusivo de los mozos solteros, salvo que por alguna razón no pudiesen salir ese año, en cuyo caso, podían ser sustituidos por una cuadrilla de casados. Aquí cabe explicar que eran habituales las pugnas entre solteros y casados por el derecho a salir a las marzas y rondas, siendo los primeros los que tenían la preferencia, ya que estas celebraciones eran idóneas para “ligar”. Esto lo podemos apreciar en frases de algunas cantares de ronda tradicionales como “los que rondan son los mozos, los casados a la cama”.

Las cuadrillas de marceros estaban organizadas y jerarquizadas, siendo presididas por el soltero de más edad, conocido como mozo viejo, caporal o amo. Solía haber también un tesorero, encargado de guardar y repartir el dinero que se entregaba al grupo. El grueso de la cuadrilla lo componían los quintos del año, jóvenes de edades similares y los nuevos integrantes, que ese año marceaban por primera vez una vez cumplidos los quince años, momento en el cual pasaban a considerarse mozos. Estos nuevos mozos debían pagar su ingreso en el grupo, lo cual podía hacerse tanto en metálico como en jarras de vino.

Puede que desde nuestra perspectiva moderna nos cueste apreciar la importancia que esto suponía, pero, en las sociedades rurales de la época, esto era un acontecimiento de gran importancia para los jóvenes de los pueblos, pues era el momento en el que ya podían comenzar a buscar pareja y tanto las marzas como las rondas se usaban para el cortejo.

Una vez llegada la fecha, las cuadrillas recorrían todo el pueblo de casa en casa para entonar sus cánticos. Al llegar a una vivienda, habitualmente se comenzaba con un saludo a los vecinos en el que se decía “¿cantamos, rezamos o nos marchamos?”. Lo habitual era escoger el canto, en cuyo caso se procedía a entonar tres marzas, mientras que si escogía rezo (esto solía suceder cuando algún familiar estaba enfermo o la familia estaba guardando un luto), se llevaba a cabo una plegaria por los difuntos de dicho hogar.

Aunque los principales elementos y letras son bastaste uniformes, las marzas variaban dependiendo del pueblo, existiendo, además, varias canciones. Un elemento común en la letra de la mayoría de marzas estaba en su introducción, donde se pedía permiso a los vecinos para canta, usando siempre una fórmula similar: “de casa salimos, con mucha prudencia, a cantar las marzas si nos dan licencia”.

La principal y más conocida era “Marzo Florido”, la cual era una oda a la llegada de la primavera, pero había otras más satíricas y de crítica, las cuales solían cantarse a aquellos vecinos que, por fama de tacaños, los mozos consideraban que no les iban a dar una limosna apropiada.

Y es que, tras el canto de las marzas, los vecinos debían dar una limosna, también llamada dao o dádiva, a la cuadrilla, la cual podía ser en metálico o en alimentos. Los alimentos que solían entregarse podemos verlos recogidos en las letras de algunas marzas: “venimos donde ustedes, que nos saquen de este anhelo, que nos den unos chorizos y una docena de huevos, unas mantequillas frescas, también las recibiremos, un celemín de castañas, para irnos entreteniendo y si nos van a dar algo, dénnoslo cuanto primero, que tenemos mucha prisa, para recorrer el pueblo”.

Una vez finalizadas las marzas, los mozos se reunían en alguna casa o taberna y se rendían cuentas en público del dinero y alimentos recaudados, los cuales se usarían el siguiente domingo para celebrar una gran comida o cena, a la cual se invitaban a los niños del pueblo y a las mozas en cuyas casas se hubiese dado la dádiva a los marzantes. En algunos pueblos también acudían como invitados de honor el alcalde, el maestro, el cura y los mozos casado desde las últimas marzas.

 

En la actualidad

El s.XX trajo grandes cambios, especialmente desde su segunda mitad, haciendo que la sociedad rural y sus tradiciones fuesen quedándose en el olvido para dar paso a la vida moderna en un mundo más urbanita. Sin embargo, en las últimas décadas, tradiciones como las marzas han sido recuperadas en muchos municipios de Cantabria.

En el s.XXI, estas celebraciones han vuelto a recuperar su importancia en el calendario Cántabro, ahora sí, dando espacio también a la mujer, la cual tradicionalmente no formaba parte de este tipo de festejos.
Aquí han jugado un importante papel tanto las agrupaciones folklóricas como los centros educativos, llegándose a volver común que la mayoría de estos salgan en estas fechas con los más pequeños a cantar las marzas en sus respectivos municipios para inculcarles esta tradición y que no caiga en el olvido para las nuevas generaciones.
En la zona oriental, destacan agrupaciones como Las Panchoneras de Laredo o la Asociación Escuela de Liendo, quienes siguen saliendo cada año a cantar las marzas.

Marzas de la Asociación La Escuela de Liendo. 2024.

Marzas de las Panchoneras de Laredo. 2015.

Las marzas de Soba

En la zona oriental de Cantabria, las marzas más famosas son las de Soba, donde esta tradición siempre ha estado muy arraigada y ha logrado preservarse. Aquí, las marzas se entremezclan con las festividades carnavalescas, vistiendo las cuadrillas con estrafalarios atuendos, pieles de oveja y campanos atados a los cinturones, con los que avisaban a los vecinos de su inminente llegada.

En Soba los marceros son conocidos como Ramasqueros, debido al ramo adornado que lleva el Galán o Rabadán, personaje vestido de blanco encargado de realizar los bailes y que servía para colgar los alimentos recaudados. La ronda también contaba con otro personaje, el payaso, que se dedicaba a hacer gracietas y bufonadas ante las casas. Otro mozo, llamado Torreneru, era el encargado de cargar a sus espaldas con un cuevano, donde se llevaban las dádivas aportadas por los vecinos.

Marceros de Soba en Casatablas. 2024

Bien de Interés Cultural de Cantabria

Las marzas fueron declaradas Bien de Interés Cultural Etnográfico Inmaterial de Cantabria en 2015, siendo consideradas las más importantes las de los valles de Campoo, Soba y Ruesga o las celebradas ya fuera del entorno rural, como las de Reinosa y Torrelavega.

La presidenta regional, María José Sáenz de Buruaga, en la celebración de las marzas en el Parlamento de Cantabria. Foto: Miguel De la Parra

Por Adrián Rozas

Director de Vivir en Cantabria Oriental

Diseñador, fotógrafo y periodista.

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