Hoy conoceremos algunas de las tradiciones navideñas de nuestra tierruca, muchas de ellas, ya caídas en el olvido.
Esteru. Foto : Vivir en Cantabria Oriental
Cantabria es una tierra rica en tradiciones, sin embargo, en la actualidad, la mayoría de ellas han caído en desuso y han quedado relegadas a eventos folklóricos en fechas muy concretas. La desaparición de estas tradiciones se hace notable a partir de comienzos del s. XX, cuando la Cantabria rural comienza a dejar paso a una región más urbanita, donde los pequeños pueblos comienzan a expandirse y transformarse en núcleos urbanos más grandes donde estas tradiciones comienzan a volverse incompatibles con el estilo de vida moderno.
En estas fechas, quiero mirar al pasado para traer a estas páginas algunas de las tradiciones navideñas de Cantabria que hoy pocos conocen o recuerdan, para poner en valor la riqueza cultural de nuestra “tierruca”. Todas estas costumbres cayeron en desuso hace mucho, aunque algunas de ellas se siguen practicando en algunos pueblos o están tratando de ser rescatadas en la actualidad.
El Esteru
El Esteru es un personaje de la tradición y mitología cántabra, un leñador bonachón que, junto a su burro, en el día de Reyes llevaba regalos fabricados por el mismo a los niños más pobres.
La representación tradicional de este personaje es la de un hombre robusto, con boina, pipa y grandes barbas que siempre lleva consigo su hacha y su bastón.
Cuenta la leyenda que fue encontrado de bebé en el bosque por una Anjana, quien lo dejó en la puerta de una casa para que cuidaran de él. Antes de despedirse, este le dio los dones de la valentía y la bondad. Ya de mayor, el Esteru se hizo leñador, labor que realizaba durante todo el año hasta que llegaba la Navidad, época en la cual usaba su talento para elaborar juguetes para aquellos niños del pueblo que como el, no tenían padres y sentían su misma soledad. En algunas variantes del mito, para el reparto de juguetes era ayudado por las Anjanas.
Tras leer esta descripción, muchos pensarán que se trata de una copia del famoso Olentzero vasco, pero no. Aunque este personaje es el más conocido hoy en día, casi todos los pueblos del norte tienen una figura similar: el Apalpador gallego, el Angulero asturiano o el Tio de Nadal catalán. Esto nos hace pensar que, antiguamente en el norte peninsular, pudo existir una figura mitológica común, que con el paso de los siglos fue llamada con nombres diferentes y derivando en personajes acordes a la región, siendo la hipótesis más aceptada que esta tradición derivase de la cultura celta y sus ritos de celebración por el solsticio de invierno.
Su leyenda tiene gran popularidad aun en algunos lugares de Cantabria como Cobijón, Ruiseñada, Udías, Comillas o Castro Urdiales.
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El Canto del Ramo
El Canto del Ramo es una tradición lebaniega que se celebraba previa a la Misa del Gallo, el día de Noche Buena. Consiste en la confección de un ramo de acebo, adornado con manzanas y rosquillas y engalanado con lazos y cintas de colores.
El ramo se preparaba antes de la Navidad y se guardaba en la casa de una de las mayordomas, las encargadas de cuidar la iglesia la media noche del día de Noche Buena, momento en el que las jóvenes del pueblo entonaban el Canto del Ramo frente a una gran hoguera, hasta que la canción pedía la entrada de los fieles a la iglesia. En los días posteriores, el ramo era rifado entre los vecinos, para que con el dinero recaudado las mayordomas pudiesen comprar útiles para la iglesia.
El origen de esta tradición sigue siendo dudoso a día de hoy, siendo la principal hipótesis que se trata de una evolución del antiguo culto pagano al árbol y al fuego, sincretizado por el cristianismo en la Edad Media. Otra teoría dice que su origen es más reciente, siendo una práctica surgida en el s. XII por influencia leonesa.
Chamuscar el culo al año viejo
Esta tradición navideña consistía en quemar durante la cena familiar en el llar de la cocina el travesero (o travesaño), es decir, un madero grande y grueso colgado de la campana con una cadena que lo sujetaba sobre el fuego para que se fuese quemando poco a poco.
La familia procuraba que la llama no se apagara y el travesero estuviese siempre encendido para chamuscar el culo al año viejo. La superstición decía que, de apagarse, traería mala suerte a la casa y habría enfermos.
Esta popular costumbre navideña cayó en desuso por razones obvias, ya desapareció junto con las lumbres en los hogares.
Los Aguinaldos
La tradición de los aguinaldos es quizás la más conocida, ya que muchos de nuestros mayores participaron en su juventud y aún se conserva o se recuerda en muchos pueblos.
El día de Noche Vieja se reunían los jóvenes solteros del pueblo para ir por todas las casas, puerta por puerta, a pedir el aguinaldo. Cuando los vecinos los recibían, el “mozo mayor” les saludaba, y anunciaba: “aguinalderos somos: cantamos, bailamos, rezamos o qué hacemos”. Normalmente los vecinos les contestaban que cantasen para, una vez terminado, darles dinero.
El dinero se le entregaba al mozo mayor, mientras que el aguinaldo en especie (garbanzos, chorizo, pan, etc.) se daba a los dos mozos más jóvenes. Con lo recaudado, se reunían el día de Año Nuevo o de Reyes para celebrar una comida o una cena, a la que en algunos pueblos se invitaba también al alcalde, al cura y al juez, así como a las jóvenes del pueblo.
La Berrona
Por último, quiero incluir esta tradición, pese a no ser puramente navideña, si no estar más relacionada con el Día de los Inocentes.
La Berrona es como se llamaba a una habitual travesura que los jóvenes de los pueblos realizaban el 28 de diciembre, consistente en entrar de madrugada en la cuadra de algún vecino mientras todos dormían. Los mozos entonces comenzaban imitar el mugido de las vacas a la vez que hacían ruidos con cadenas, cencerros y otros útiles varios.
Estos ruidos imitaban a los que se producen cuando una vaca se suelta del pesebre y comienza a golpear a las demás, por lo que los habitantes de la casa y algún que otro vecino se despertaba sobresaltados y debían bajar corriendo a la cuadra en plena madrugada invernal para socorrer a las reses. Obviamente, cuando estos llegaban a la cuadra encontraban a todas las vacas en su sitio, atadas y en calma y era entonces cuando se daban cuenta de que habían sido víctimas de la inocentada.
Por Adrián Rozas
Director de Vivir en Cantabria Oriental
Diseñador, fotógrafo y periodista.
Apasionado de Cantabria y su belleza.
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